El primer asentamiento romano importante en «Hispania» lo constituye la «Colonia Aelia Augusta Itálica» fundada por Publio Cornelio Escipión «el Africano» en el año 206 a.C. para instalar en ella a los soldados que le habían ayudado a derrotar a los cartagineses y a expulsarles de la Bética. Su nombre parece derivar del origen de estos soldados, que en su mayoría procederían de la Península Itálica. El primitivo emplazamiento, la ciudad vieja o «Vetus Urbs», se levantó sobre unos alcores, en la margen derecha del río Betis (Guadalquivir), cerca del poblado indígena que allí existía al menos desde el siglo IV a.C. Estaría rodeado por un foso o «vallum» y se corresponde con el actual caserío de Santiponce. A través de su cerámica, Luzón constata en sus excavaciones de 1973 un proceso de simbiosis entre las poblaciones ibérica y romana, imponiéndose, en lo que al trazado urbanístico respecta, el modelo de ciudad itálica.
Toda la vida oficial de desarrolló originariamente en torno al cerro conocido como Los Palacios, donde estaría asentado el Capitolio, ubicándose el foro en la hondonada contigua. Pero el gran proceso de monumentalización de «Itálica» comenzó a finales de la época republicana o en los inicios de la imperial, adquiriendo su punto culminante durante el mandato de Marco Ulpio Trajano (98-117), natural de esta ciudad y primer emperador oriundo de una provincia romana, y el de su sucesor y, según algunos, conciudadano Publio Aelio Adriano (117-138). El engrandecimiento se plasma en la creación de una nueva ciudad, la «Nova Urbs», cuya planificación tiene ciertas reminiscencias orientalizantes, con amplias avenidas («plateae») y calles regulares de aceras porticadas; por debajo de la enlosada red viaria ortogonal discurría el servicio de abastecimiento de agua, que llegaba a los depósitos («castellum aquae») por un acueducto y de ellos pasaba a las fuentes públicas y a los edificios principales a través de tuberías de plomo, y las cloacas, en las que se vertían las aguas residuales. En el centro de esta nueva urbe estaba instalado un espacioso recinto monumental, excavado recientemente por Pilar León, en el que destacaba el soberbio templo octástilo de mármol blanco dedicado al culto imperial del divinizado Trajano por parte de su sucesor Adriano, que se hacía rodear por un espléndido pórtico rectangular de mármoles blancos y polícromos en el que se abrían exedras alternativamente cuadrangulares y semicirculares.
La magnificencia y la monumentalidad también se hacen notar en todos los edificios públicos, destacando las termas mayores y el anfiteatro, así como en los privados, con suntuosas y lujosas mansiones en las que se aprecia aún su rica decoración musivaria.
El ocaso y la decadencia de «Itálica» fue ocasionada en parte por la inestabilidad natural del terreno, cuyos daños son perceptibles ya en las construcciones del siglo III, agravándose la situación en los dos siglos siguientes, de tal manera que en la época visigoda ya ha perdido todo su brillo y esplendor. La Junta de Andalucía ha declarado a la ciudad de «Itálica» Conjunto Arqueológico por el Decreto 127/1989 de 6 de junio.
El anfiteatro de «Itálica» es de los mayores del mundo romano y, parece ser, sólo le superan el de la propia Ciudad Eterna, el de Pozzuoli y el de Capua. Tiene unas medidas totales de 156 por 134, siendo las de la arena de 71 por 49. Su aforo aproximado sería de unos veinticinco mil espectadores, muy desmesurado si tenemos en cuenta que a la ciudad se la calculan unos ocho mil habitantes, pero hay que suponer que su constructor, muy probablemente Adriano, pensase más en el engrandecimiento de la urbe que en su temprana decadencia. Un «podium» de 2,30 metros de alto coronado por una balaustrada y revestido de mármol cercaba la arena. Le seguía un corredor y, a éste, el graderío, dividido en tres «meaniana», las superiores con dieciséis «cunei» separados radialmente por las escaleras de acceso. En vertical, el graderío o «cavea» se distribuía en los tres sectores habituales: el inferior o «ima» disponía de ocho gradas divididas por un pasillo o «praecinctio» en dos grupos desiguales; el intermedio o «media cavea» contaba con once, y el superior o «suma», desaparecido, que es muy posible que dispusiera de un pórtico columnado como podemos ver en el Coliseo romano. Se conservan dos salas en el graderío que tal vez tengan que ver con las tribunas presidenciales, la una en un extremo del eje menor, abovedada y rectangular, y la otra en un extremo del eje mayor con decoración de mosaicos y mármoles.
En el centro de la «arena» se halla la «fossa bestiaria», a la que se llegaba por una galería abovedada con claraboyas. Estaba cubierta por techo de madera, conservándose los pilares de ladrillo que sostenían el entarimado. Se utilizaba para el traslado de las fieras y como zona de servicio para los espectáculos. A cada extremo del eje menor se abre una puerta con arco rebajado, y en la del mayor hasta cinco, con la central como principal, y que están separadas por columnas incrustadas. Estas puertas están a ras de suelo.
Los ingenieros romanos no escatimaron en recursos y en técnica constructiva. Llaman la atención los refinados y discretos pasillos que permitían alcanzar las tribunas a los «decuriones». Apenas si quedan restos de los mármoles y estucos con que se hallaba revestido en algunas partes, sobrecogiendo su apariencia mutilada y descarnada.
Toda la vida oficial de desarrolló originariamente en torno al cerro conocido como Los Palacios, donde estaría asentado el Capitolio, ubicándose el foro en la hondonada contigua. Pero el gran proceso de monumentalización de «Itálica» comenzó a finales de la época republicana o en los inicios de la imperial, adquiriendo su punto culminante durante el mandato de Marco Ulpio Trajano (98-117), natural de esta ciudad y primer emperador oriundo de una provincia romana, y el de su sucesor y, según algunos, conciudadano Publio Aelio Adriano (117-138). El engrandecimiento se plasma en la creación de una nueva ciudad, la «Nova Urbs», cuya planificación tiene ciertas reminiscencias orientalizantes, con amplias avenidas («plateae») y calles regulares de aceras porticadas; por debajo de la enlosada red viaria ortogonal discurría el servicio de abastecimiento de agua, que llegaba a los depósitos («castellum aquae») por un acueducto y de ellos pasaba a las fuentes públicas y a los edificios principales a través de tuberías de plomo, y las cloacas, en las que se vertían las aguas residuales. En el centro de esta nueva urbe estaba instalado un espacioso recinto monumental, excavado recientemente por Pilar León, en el que destacaba el soberbio templo octástilo de mármol blanco dedicado al culto imperial del divinizado Trajano por parte de su sucesor Adriano, que se hacía rodear por un espléndido pórtico rectangular de mármoles blancos y polícromos en el que se abrían exedras alternativamente cuadrangulares y semicirculares.
La magnificencia y la monumentalidad también se hacen notar en todos los edificios públicos, destacando las termas mayores y el anfiteatro, así como en los privados, con suntuosas y lujosas mansiones en las que se aprecia aún su rica decoración musivaria.
El ocaso y la decadencia de «Itálica» fue ocasionada en parte por la inestabilidad natural del terreno, cuyos daños son perceptibles ya en las construcciones del siglo III, agravándose la situación en los dos siglos siguientes, de tal manera que en la época visigoda ya ha perdido todo su brillo y esplendor. La Junta de Andalucía ha declarado a la ciudad de «Itálica» Conjunto Arqueológico por el Decreto 127/1989 de 6 de junio.
El anfiteatro de «Itálica» es de los mayores del mundo romano y, parece ser, sólo le superan el de la propia Ciudad Eterna, el de Pozzuoli y el de Capua. Tiene unas medidas totales de 156 por 134, siendo las de la arena de 71 por 49. Su aforo aproximado sería de unos veinticinco mil espectadores, muy desmesurado si tenemos en cuenta que a la ciudad se la calculan unos ocho mil habitantes, pero hay que suponer que su constructor, muy probablemente Adriano, pensase más en el engrandecimiento de la urbe que en su temprana decadencia. Un «podium» de 2,30 metros de alto coronado por una balaustrada y revestido de mármol cercaba la arena. Le seguía un corredor y, a éste, el graderío, dividido en tres «meaniana», las superiores con dieciséis «cunei» separados radialmente por las escaleras de acceso. En vertical, el graderío o «cavea» se distribuía en los tres sectores habituales: el inferior o «ima» disponía de ocho gradas divididas por un pasillo o «praecinctio» en dos grupos desiguales; el intermedio o «media cavea» contaba con once, y el superior o «suma», desaparecido, que es muy posible que dispusiera de un pórtico columnado como podemos ver en el Coliseo romano. Se conservan dos salas en el graderío que tal vez tengan que ver con las tribunas presidenciales, la una en un extremo del eje menor, abovedada y rectangular, y la otra en un extremo del eje mayor con decoración de mosaicos y mármoles.
En el centro de la «arena» se halla la «fossa bestiaria», a la que se llegaba por una galería abovedada con claraboyas. Estaba cubierta por techo de madera, conservándose los pilares de ladrillo que sostenían el entarimado. Se utilizaba para el traslado de las fieras y como zona de servicio para los espectáculos. A cada extremo del eje menor se abre una puerta con arco rebajado, y en la del mayor hasta cinco, con la central como principal, y que están separadas por columnas incrustadas. Estas puertas están a ras de suelo.
Los ingenieros romanos no escatimaron en recursos y en técnica constructiva. Llaman la atención los refinados y discretos pasillos que permitían alcanzar las tribunas a los «decuriones». Apenas si quedan restos de los mármoles y estucos con que se hallaba revestido en algunas partes, sobrecogiendo su apariencia mutilada y descarnada.
(España Romana – Juan Cuéllar Lázaro)