Los orígenes del castillo
Parece haber sido el castillo el que prestó su nombre a la zona que conformaba su territorio o distrito. Un castillo que quizá tuviera como precedente alguna torre o puesto militar tardorromano, destinado a vigilar la calzada que unía Legio VII con Lucus Asturum. Pero las primeras noticias relativamente fiables que poseemos acerca de nuestro alcázar se refieren al reinado de Alfonso III, recogidas, sin embargo, por crónicas muy posteriores. La de Sampiro, en un pasaje presumiblemente interpolado por el obispo Pelayo de Oviedo (†1153), atribuye a este rey la construcción, en territorio leonés, de los castillos de Luna, Gordón y Alba a finales del siglo IX, formando una línea defensiva destinada a proteger los accesos a la corte ovetense por las riberas del Luna y el Bernesga, además de las conexiones de esta última con aquélla, que debió de ser la ruta principal hasta el siglo XI. Por otro lado, representaban en la comarca a la autoridad regia y condal, convirtiéndose en centros de gobierno local, recaudación de tributos y ejercicio de la jurisdicción, favoreciendo la organización del poblamiento.
La importancia que los tres castillos tenían en época del tercer Alfonso queda patente cuando allí se sublevan contra él sus propios hijos, García, Ordoño y Fruela, obligándole a abdicar. Lucas de Tuy, Rodrigo de Toledo y Alfonso X el Sabio culpan de la conjura a la esposa del monarca, doña Jimena, y hacen de estas fortalezas protagonistas de la trama, sumándoles la de Argüello, acaso en Barrio de la Tercia, desconocida en las fuentes anteriores al siglo XI. Sin embargo, no encontramos testimonios coetáneos de todo ello, pues las crónicas más antiguas, la Albeldense y la Alfonsina, fueron redactadas antes de estos sucesos, y la de Sampiro, aunque habla de la conspiración, no menciona el papel desempeñado en ella por nuestros castillos. Entre las versiones citadas hay, además, algunas discrepancias. Alfonso X asegura que Jimena “basteció” o preparó los castillos, mientras que el Tudense dice que los construyó, y el Toledano que simplemente los “conmovió”, versión esta última que se nos antoja la más verosímil.
El territorio de Alba y la villa de Lionia
La mención documental más antigua del castillo de Alba data de 960, cuando aparece junto al otro elemento fundamental en la reorganización comarcal: la villa de Lionia, Leonia o Ligonia. Se trata de la donación que hace Sancho I a favor del monasterio de Sahagún, dándole la villa de Peso o Pensum, cercana a Zamora, la cual antes había permutado Ordoño III con un cortesano suyo, Fortes Jústiz, por la de Lionia (Beonia en el texto), que por entonces estaba ya subordinada al castillo de Alba. Ciertamente, don Ordoño reconocía en 956 haber recibido del expresado Fortes, a cambio de Peso, la villa de Lionia, la cual había antes comprado éste a cierto Lup iben Lezécriz, miembro, seguramente, de la aristocracia local leonesa de onomástica arabizada, ligada al monarca por fidelitas o vasallaje. El documento se redacta y firma en la misma villa de Leonia, en la casa dominica, el “palacio” o centro señorial del rey, que se halla presente, como también el conde territorial, Fernando González. Es decir, estamos ante una villa particular, acaso donada por los reyes a un vasallo suyo –esto es, los derechos regios en ella-, que pasa, o retorna a la Corona y es anexada al castillo de Alba. Nada tiene de extraño, por tanto, que Lionia aparezca en diversas ocasiones como territorio diferenciado, al que se adscriben algunas villas ubicadas por otros documentos dentro de Alba. Ahora bien, ¿cuál era la realidad de esta villa de Lionia?
Aparece ya en 873, como límite oriental de una villa donada por el obispo leonés Frunimio al monasterio de Santiago y Santa Eulalia de Viñayo (Santiago de las Villas). Un pasaje interpolado de la donación que Ordoño II hace de este monasterio a la sede leonesa, en 918, añade la mitad de Benllera, que delimita por la collada de Ligonia, sin duda la hoy collada de Olleros. En 1032, Lionia y Busto Emiliani, en territorio de Alba, se deslindan conjuntamente por el río Bernesga, el Negrotes, la collada de Lionia, el Fontañán, Alba, y de nuevo el Bernesga. Este hecho, unido a que el propio Busto Emiliani se sitúe a veces en el término de Lionia, junto a otros lugares del alfoz de Alba, hace pensar que la villa fue, en realidad, un espacio amplio, extendido a todo el valle, quizás heredero de alguna demarcación anterior, y por el que se irían diseminando los nuevos asentamientos campesinos y monásticos. Su centro, la casa dominica, que probablemente mantuviera el nombre del conjunto, pudo hallarse en Olleros. De cualquier forma, Lionia se incorpora de forma estable al alfoz de Alba, que cuenta con sus propios jueces, concilios judiciales y sayones.
Almanzor
Poco tiempo después de subir al trono Vermudo II, vuelve nuestro castillo a desempeñar un papel destacado en el curso de la historia del reino leonés y de la propia España. Las devastadoras campañas de Almanzor ponen en jaque a todos los estados cristianos, cebándose con Barcelona, Santiago de Compostela, León, Astorga, Coyanza y el monasterio de Sahagún. Pelayo de Oviedo refiere escuetamente los efectos de sus andanzas por tierras leonesas en 987:<<Invadió con un poderoso ejército y arrasó León, Astorga, Coyanza y comarcas adyacentes, pero no pudo penetrar en Asturias, Galicia y el Bierzo, ni rendir los castillos de Luna, Alba y Gordón>>. Lucas de Tuy y Rodrigo de Toledo se ocupan de los hechos en términos muy semejantes, sumando nuevamente al relato el castillo de Argüello, y el Rey Sabio los resume del siguiente modo: <<En el año noveno deste Rey Vermudo, vino otra vez este rey Almanzor a tierra de cristianos et corrióla toda la tierra, et llegó fasta Alua, Luna, Gordón et otro castiello Arbolio; et combatiólos Almanzor mas pero non los priso. Et después desto el bárbaro tomó Astorga, a un poco destruyó las torres désta e destruyó de fundamento Coyanza que es Valencia e trastornó la iglesia de los santos Facundo e Primitivo; empero a Alua, e Luna, e Gordón e Arbolio non los tomó ni entró en el Bierzo>>.
Las guerras con Castilla
A principios de la undécima centuria gobierna el territorio de Alba, conjuntamente con los distritos vecinos, el poderoso conde Froila Muñiz. En 1052 sabemos que nuestro castillo era tenencia de Jimeno Velásquez, al igual que Luna y Gordón, y del conde Ramiro Fróilaz en 1161, cuyo vicario era Adrián Isidoro. El matrimonio de Urraca López de Haro con Fernando II, en 1187, pone en manos de su parentela tanto Alba y Luna como otros alcázares montañeses, de forma que, a la muerte del rey, en el año siguiente, se colocan todos ellos bajo la influencia de Alfonso VIII de Castilla, hasta la firma del Tratado de Tordehumos (1194), por el que éste se los devuelve a su primo Alfonso IX de León. Con tales antecedentes, no es de extrañar que el leonés, a fin de reforzar la población y defensas de la capital del reino, decidiese donar a su concejo la fortaleza de Alba y Cascantes con su alfoz, en el segundo fuero de León, dado en octubre de 1196, el cual he tenido la oportunidad de publicar recientemente.
El nuevo alfoz, que incluía también los realengos de Ardón, Villar de Matarife, Ordás y Cor de Maurorum (“Cordemoros”, al este de Espinosa de la Ribera), Torío, hasta el puente de Milleiras (Pardavé), la Sobarriba y el Castro de los Judíos, debió de durar poco, víctima de las campañas de Alfonso VIII de Castilla, que toma, según refiere el Tudense, un castillo de Alba, en Somoza, que creemos sea el nuestro, si bien en la versión que ofrecen de tales hechos don Rodrigo y Alfonso X figura el de Alba de Aliste. Conocemos a su tenente Armillo Pérez, en 1202, aunque poco más tarde, en 1210, el alfoz de Alba está subordinado al territorio de Gordón. Sin embargo, en 1219, Alfonso IX recupera su primitiva intención, concediéndole nuevamente al concejo de León, con leves modificaciones, el alfoz señalado en 1196, inclusive el castillo de Alba, que le ratificará el mismo rey al año siguiente, y su sucesor, Fernando III, en 1230.
El final del castillo
¿Qué sucedió con el castillo de Alba a partir de entonces? Carecemos de referencias documentales directas que nos confirmen si sobrevivió o si, por el contrario, corrió la misma suerte que sus vecinos de Gordón y Argüello, destruidos por Alfonso IX en 1212, para evitar su uso por el enemigo contra la capital del reino. En cualquier caso, el silencio de las fuentes parece indicar, si no su desmantelamiento, sí, al menos, su abandono. Aunque el territorio de Alba pervive dentro de la jurisdicción leonesa, conservando sus propios merinos, que se mencionan en 1274 y 1275, de la fortaleza nada más sabemos, fuera de alguna confirmación bajomedieval, pues el documento fechado en 1485, por el que Álvar Flórez rinde pleito homenaje al conde de Luna con su casa y castillo de Alba, muy citado por los estudiosos en relación con ella, aluden, en realidad, a otro alcázar homónimo, sito en Somiedo (Asturias).
Fotos y Texto : Alfredo García
Parece haber sido el castillo el que prestó su nombre a la zona que conformaba su territorio o distrito. Un castillo que quizá tuviera como precedente alguna torre o puesto militar tardorromano, destinado a vigilar la calzada que unía Legio VII con Lucus Asturum. Pero las primeras noticias relativamente fiables que poseemos acerca de nuestro alcázar se refieren al reinado de Alfonso III, recogidas, sin embargo, por crónicas muy posteriores. La de Sampiro, en un pasaje presumiblemente interpolado por el obispo Pelayo de Oviedo (†1153), atribuye a este rey la construcción, en territorio leonés, de los castillos de Luna, Gordón y Alba a finales del siglo IX, formando una línea defensiva destinada a proteger los accesos a la corte ovetense por las riberas del Luna y el Bernesga, además de las conexiones de esta última con aquélla, que debió de ser la ruta principal hasta el siglo XI. Por otro lado, representaban en la comarca a la autoridad regia y condal, convirtiéndose en centros de gobierno local, recaudación de tributos y ejercicio de la jurisdicción, favoreciendo la organización del poblamiento.
La importancia que los tres castillos tenían en época del tercer Alfonso queda patente cuando allí se sublevan contra él sus propios hijos, García, Ordoño y Fruela, obligándole a abdicar. Lucas de Tuy, Rodrigo de Toledo y Alfonso X el Sabio culpan de la conjura a la esposa del monarca, doña Jimena, y hacen de estas fortalezas protagonistas de la trama, sumándoles la de Argüello, acaso en Barrio de la Tercia, desconocida en las fuentes anteriores al siglo XI. Sin embargo, no encontramos testimonios coetáneos de todo ello, pues las crónicas más antiguas, la Albeldense y la Alfonsina, fueron redactadas antes de estos sucesos, y la de Sampiro, aunque habla de la conspiración, no menciona el papel desempeñado en ella por nuestros castillos. Entre las versiones citadas hay, además, algunas discrepancias. Alfonso X asegura que Jimena “basteció” o preparó los castillos, mientras que el Tudense dice que los construyó, y el Toledano que simplemente los “conmovió”, versión esta última que se nos antoja la más verosímil.
El territorio de Alba y la villa de Lionia
La mención documental más antigua del castillo de Alba data de 960, cuando aparece junto al otro elemento fundamental en la reorganización comarcal: la villa de Lionia, Leonia o Ligonia. Se trata de la donación que hace Sancho I a favor del monasterio de Sahagún, dándole la villa de Peso o Pensum, cercana a Zamora, la cual antes había permutado Ordoño III con un cortesano suyo, Fortes Jústiz, por la de Lionia (Beonia en el texto), que por entonces estaba ya subordinada al castillo de Alba. Ciertamente, don Ordoño reconocía en 956 haber recibido del expresado Fortes, a cambio de Peso, la villa de Lionia, la cual había antes comprado éste a cierto Lup iben Lezécriz, miembro, seguramente, de la aristocracia local leonesa de onomástica arabizada, ligada al monarca por fidelitas o vasallaje. El documento se redacta y firma en la misma villa de Leonia, en la casa dominica, el “palacio” o centro señorial del rey, que se halla presente, como también el conde territorial, Fernando González. Es decir, estamos ante una villa particular, acaso donada por los reyes a un vasallo suyo –esto es, los derechos regios en ella-, que pasa, o retorna a la Corona y es anexada al castillo de Alba. Nada tiene de extraño, por tanto, que Lionia aparezca en diversas ocasiones como territorio diferenciado, al que se adscriben algunas villas ubicadas por otros documentos dentro de Alba. Ahora bien, ¿cuál era la realidad de esta villa de Lionia?
Aparece ya en 873, como límite oriental de una villa donada por el obispo leonés Frunimio al monasterio de Santiago y Santa Eulalia de Viñayo (Santiago de las Villas). Un pasaje interpolado de la donación que Ordoño II hace de este monasterio a la sede leonesa, en 918, añade la mitad de Benllera, que delimita por la collada de Ligonia, sin duda la hoy collada de Olleros. En 1032, Lionia y Busto Emiliani, en territorio de Alba, se deslindan conjuntamente por el río Bernesga, el Negrotes, la collada de Lionia, el Fontañán, Alba, y de nuevo el Bernesga. Este hecho, unido a que el propio Busto Emiliani se sitúe a veces en el término de Lionia, junto a otros lugares del alfoz de Alba, hace pensar que la villa fue, en realidad, un espacio amplio, extendido a todo el valle, quizás heredero de alguna demarcación anterior, y por el que se irían diseminando los nuevos asentamientos campesinos y monásticos. Su centro, la casa dominica, que probablemente mantuviera el nombre del conjunto, pudo hallarse en Olleros. De cualquier forma, Lionia se incorpora de forma estable al alfoz de Alba, que cuenta con sus propios jueces, concilios judiciales y sayones.
Almanzor
Poco tiempo después de subir al trono Vermudo II, vuelve nuestro castillo a desempeñar un papel destacado en el curso de la historia del reino leonés y de la propia España. Las devastadoras campañas de Almanzor ponen en jaque a todos los estados cristianos, cebándose con Barcelona, Santiago de Compostela, León, Astorga, Coyanza y el monasterio de Sahagún. Pelayo de Oviedo refiere escuetamente los efectos de sus andanzas por tierras leonesas en 987:<<Invadió con un poderoso ejército y arrasó León, Astorga, Coyanza y comarcas adyacentes, pero no pudo penetrar en Asturias, Galicia y el Bierzo, ni rendir los castillos de Luna, Alba y Gordón>>. Lucas de Tuy y Rodrigo de Toledo se ocupan de los hechos en términos muy semejantes, sumando nuevamente al relato el castillo de Argüello, y el Rey Sabio los resume del siguiente modo: <<En el año noveno deste Rey Vermudo, vino otra vez este rey Almanzor a tierra de cristianos et corrióla toda la tierra, et llegó fasta Alua, Luna, Gordón et otro castiello Arbolio; et combatiólos Almanzor mas pero non los priso. Et después desto el bárbaro tomó Astorga, a un poco destruyó las torres désta e destruyó de fundamento Coyanza que es Valencia e trastornó la iglesia de los santos Facundo e Primitivo; empero a Alua, e Luna, e Gordón e Arbolio non los tomó ni entró en el Bierzo>>.
Las guerras con Castilla
A principios de la undécima centuria gobierna el territorio de Alba, conjuntamente con los distritos vecinos, el poderoso conde Froila Muñiz. En 1052 sabemos que nuestro castillo era tenencia de Jimeno Velásquez, al igual que Luna y Gordón, y del conde Ramiro Fróilaz en 1161, cuyo vicario era Adrián Isidoro. El matrimonio de Urraca López de Haro con Fernando II, en 1187, pone en manos de su parentela tanto Alba y Luna como otros alcázares montañeses, de forma que, a la muerte del rey, en el año siguiente, se colocan todos ellos bajo la influencia de Alfonso VIII de Castilla, hasta la firma del Tratado de Tordehumos (1194), por el que éste se los devuelve a su primo Alfonso IX de León. Con tales antecedentes, no es de extrañar que el leonés, a fin de reforzar la población y defensas de la capital del reino, decidiese donar a su concejo la fortaleza de Alba y Cascantes con su alfoz, en el segundo fuero de León, dado en octubre de 1196, el cual he tenido la oportunidad de publicar recientemente.
El nuevo alfoz, que incluía también los realengos de Ardón, Villar de Matarife, Ordás y Cor de Maurorum (“Cordemoros”, al este de Espinosa de la Ribera), Torío, hasta el puente de Milleiras (Pardavé), la Sobarriba y el Castro de los Judíos, debió de durar poco, víctima de las campañas de Alfonso VIII de Castilla, que toma, según refiere el Tudense, un castillo de Alba, en Somoza, que creemos sea el nuestro, si bien en la versión que ofrecen de tales hechos don Rodrigo y Alfonso X figura el de Alba de Aliste. Conocemos a su tenente Armillo Pérez, en 1202, aunque poco más tarde, en 1210, el alfoz de Alba está subordinado al territorio de Gordón. Sin embargo, en 1219, Alfonso IX recupera su primitiva intención, concediéndole nuevamente al concejo de León, con leves modificaciones, el alfoz señalado en 1196, inclusive el castillo de Alba, que le ratificará el mismo rey al año siguiente, y su sucesor, Fernando III, en 1230.
El final del castillo
¿Qué sucedió con el castillo de Alba a partir de entonces? Carecemos de referencias documentales directas que nos confirmen si sobrevivió o si, por el contrario, corrió la misma suerte que sus vecinos de Gordón y Argüello, destruidos por Alfonso IX en 1212, para evitar su uso por el enemigo contra la capital del reino. En cualquier caso, el silencio de las fuentes parece indicar, si no su desmantelamiento, sí, al menos, su abandono. Aunque el territorio de Alba pervive dentro de la jurisdicción leonesa, conservando sus propios merinos, que se mencionan en 1274 y 1275, de la fortaleza nada más sabemos, fuera de alguna confirmación bajomedieval, pues el documento fechado en 1485, por el que Álvar Flórez rinde pleito homenaje al conde de Luna con su casa y castillo de Alba, muy citado por los estudiosos en relación con ella, aluden, en realidad, a otro alcázar homónimo, sito en Somiedo (Asturias).
Fotos y Texto : Alfredo García