Recuerda Rafael González que el alfoz de Benavente contaba en tiempos medievales con numerosas fortificaciones de menor entidad que la de la villa del concejo y condado, como son las documentadas en Granucillo de Vidriales, la única conservada, Ayoó de Vidriales, Castillo de Mira, Bretó, Castropepe, Mózar-Milles de la Polvorosa, San Miguel del Valle, Castrogonzalo, Cimanes de la Vega, Manganeses de la Polvorosa, Camarzana, Castroferrol, Arrabalde y San Pedro de la Viña.
La mayoría de ellas van unidas a la existencia anterior de castros, ya que se solían superponer a estos. Eran «piezas fundamentales de la ordenación y jerarquización del poblamiento en los siglos X y XI y principios del XII» situados en cerros bien defendidos con funciones de vigilancia y control del territorio.
Según el historiador, «en el norte de Zamora, y en particular en la comarca de Los Valles, esta disposición del poblamiento cambió de una forma significativa con la repoblación de Benavente por Fernando II a partir de 1164, estos enclaves fueron perdiendo su carácter de lugares centrales en lo político y administrativo y su interés estratégico y militar pasó a un segundo plano».
En el siglo XV algunos de estos castillos recuperaron protagonismo gracias a los enfrentamientos que los Pimentel mantenían con otros nobles, como en el caso de Castrogonzalo.
Este lugar en el que en el alto de un cerro denominado El Castillo se han localizado materiales que hablan de su ocupación ya en la Edad del Hierro, figura en los textos medievales, primera mitad del siglo X, como Castro de Gundisalvo y Castrum Gundisalvo Iben Muza, lo que hace pensar que se repobló con familias mozárabes.
En 1466 Castrogonzalo tuvo que ser refortificado, debido a los efectos de las luchas de Alonso Pimentel, tercer conde de Benavente y las ocasionadas por la sucesión al trono de Enrique IV entre los defensores de Juana la Beltraneja y su tío Alfonso y después su tía Isabel.
Los trabajos de refortificación en Castrogonzalo fueron realizados «por una auténtica legión de obreros que percibían su salario por día trabajado. El jornal habitual valía entre los 10 y 15 maravedíes y también hay una distinción en función de que las personas contratadas procedan de Benavente o sean de la propia aldea».
Rafael González recoge documentación relativa a la refortificación, hecha sobre una mota a orillas del Esla, que consta de un recinto con una puerta de acceso y al menos dos 'caramanchones', término que se traduce como fortificación que se superpone a otra. Uno de etos caramanchones se aproxima a la iglesia del barrio de arriba, lo que define la localización del antiguo castillo, edificado con adobe, cantos de piedra y vigas de madera, suelo de tablas y cubierta de teja. Para hacer más difícil el acceso se hizo más pronunciado el desnivel del cerro donde se ubicaba.
(El Norte de Castilla)